¡La penúltima cola!
Durante los últimos años, la vida de los venezolanos ha dado un giro de 180 grados, antes levantarse de madrugada significaba hacer ejercicio, preparar el desayuno o las tereas de los niños o un examen rutinario a primera hora de la mañana. Ahora dicha acción representa buscar lo necesario para llevar a la casa
Niurka Franco
A las 3:15 el reloj biológico de Martha la sacó presurosa de la cama, abrió a llave del baño para lavarse la cara, pero el tubo rugió como un tigre y sólo aire recibió su mano. “Tal vez la ponganmás tarde”, pensó, mientras se dirigía al patio de su humilde vivienda a buscarel vital líquido en un pipote que ya estaba a medias.
Cumplido el aseo de rigor, de forma casi automática, la mujer montó una olla para hervir la borra del café, porque el pote estaba vacío. No se atrevía a salir sin ese sorbo de guayoyito caliente que en su caso, implicaba pasar el día con dolor de cabeza.
De inmediato llamó a su hijo Hugo de 16 años, su eterno compañero, nombrado así por haber nacido en Revolución cuando corría el año 1999, justo cuando el mentado comandante eterno prometíaque en 2013, cuando entregase el poder, no existirían más pobres.
Antes de salir de la vivienda, Martha y Hugo se encomendaron a Dios, único protector de sus vidas, desde que su marido salió a trabajar un día y nunca más regresó, al menos, no a su casa.
Después de media hora de trayecto, justo a las 04:15, Martha y Hugo estaban en la cola para comprar comida, contenta sonrío cuando su hijo, quien contaba en voz baja las espaldas que tenían por delante le dijo: “somos el número 85”.
Durante la espera, Marthaleía un pequeño libro que le regalaron hace muchos años en un autobús, el Nuevo Testamento. Allí tenía marcado un párrafo ubicado en el libro de Mateo 7:16-18que repasa cada día, pero con mayor insistencia desde que empezó la campaña electoral.
“Por sus frutos los conoceréis- reza el capítulo- ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”.
Tras releer la palabra dijo a su vástago en voz baja, “definitivamente el que tiene ojos debe ver, no puede dejarse engañar, porque por sus frutos ya los conocemos”.
El muchacho asintió con la cabeza y guardó silencio, procediendo una vez más a contar los hombros que tenía por delante para verificar que nadie se le coleara.
Ella mirando al cielo le dijo, “no te afanes hijo que ésta es nuestra penúltimacola, la última la haremos el domingo y a partir de esa se acaba esta pesadilla”.