Perros de obra evidencian la explotación animal en la ciudad
Cuando inicia una construcción, toman su lugar los ingenieros, los obreros y los perros. Viven en condiciones inadecuadas para su desarrollo y usualmente su destino es el abandono
Salvador Passalacqua
@spassalacqua
Si se llamaran Carlitos y María. Si fueran bípedos y lampiños y usaran pantalones. Si lanzaran plegarias de auxilio. Si pudieran levantarse del concreto empolvado, igualarse, clavar la mirada, sacudir los hombros de los que pasan sin mirar. Si gritaran. Si pudieran demostrar que sufren como cualquier niño explotado del mundo, Tribilín y su compañera de labores, la dormilona, hallarían un atisbo de esperanza, acaso el final del desamparo. Por ahora solo andan llorosos. A veces hambrientos. Andan alerta. Su trabajo es estarlo. Cada vez que se acerca una moto, salen de entre los escombros y solo regresan cuando se haya alejado hasta la próxima cuadra.
En una buena persecución en caliente, Tribilín fue atropellado por un conductor absorto y lesionado en su pata derecha. Sus aullidos preocuparon a los albañiles más jóvenes, pero nadie en la obra supo cómo afrontar la situación. Pasaron días. No saben cuántos. Un veterinario de una residencia vecina pidió permiso para curarlo. Así fue como Tribilín acabó con la pata entablillada y solo entonces captó la atención de los transeúntes. Ahora era el "perro del yeso", imposible de ignorar en las primeras piedras del Grand Hotel Victoria, aunque a veces se mimetizara con su pelaje blanco y negro, los mismos colores de la estructura vertical que se erige desde 2013 al pie de la avenida Principal de Lechería.
Ángel, uno de los obreros, cuenta que Tribilín, la dormilona y otra sin nombre, llegaron a la obraen los brazos de los jefes, cuyas identidades prefiere reservarse. "Sí, los trajeron para cuidar aquí, para que ladren si pasa cualquier cosa", confirma. A una de las hembras también la arrollaron y el golpe le provocó heridas menores en una pata. La otra parió una camada de siete. Tres de las crías fueron adoptadas por albañiles y cuatro deambulan por la zona más activa de la edificación contigua, bajo andamios y pilas de bloques. Los jefes ya decidieron: antes de la inauguración del hotel, en el segundo semestre del año, todos irán a la calle.
Basta con examinar una construcción desde afuera, en cualquier rincón de la zona norte de Anzoátegui, para encontrarse con ladridos que suenan a angustia, con colas que se agitan ante la mínima simpatía. Son perros de obra. Sus vidas guardan rasgos comunes: mestizos de la calle, destetados o atraídos con comida, usados para tareas de cuidado y vigilancia. Se reproducen sin control y, poco antes de terminar los trabajos, vuelve a la calle una mayoría de infortunados, los no elegidos como mascota o como canes cuidadores de nuevas propiedades.
Los perros de obra evidencian la explotación animal que a diario se comete en torno al desarrollo urbano. La ONG Igualdad Animal Venezuela, con sede en Caracas, rechaza la utilización de los canes y la explica como especismo. Su coordinadora, Carolina Gil-Castaldo, expone en una entrevista vía correo electrónico que "al igual que el resto de los animales, son seres sintientes y al utilizarlos, los estaríamos tratando como objetos, los estaríamos cosificando y con esto, ignorando su condición de individuos y sus intereses fundamentales para supeditarlos a nuestro beneficio".
Sobre las condiciones para el normal desarrollo de los perros, la organización considera que las construcciones no representan una circunstancia adecuada incluso si se les garantiza techo y alimentación, pues "quedan expuestos por tiempo prolongado a todo tipo de peligros como ser envenenados o atacados por ladrones". O como ocurre en el inacabado Grand Hotel Victoria, a un patrón de arrollamientos por su cercanía a una vía neurálgica.
La Fundación de Ayuda y Protección Animal (Faprani) distingue otros riesgos a partir de las experiencias de rescate y proteccionismo en Anzoátegui. "No tienen condiciones de salubridad ni seguridad, pues muchos han muerto por agentes tóxicos, otros al ser pisados por maquinaria pesada o materiales cortantes o pesados. Cuando esto ocurre, rara vez se les presta asistencia y muchos mueren in situ", detalla el presidente de la fundación, Daniel Cabello.
Candy, una cachorra de cinco meses de edad, espera un hogar definitivo tras recuperarse de un accidente que sufrió en el interior de una construcción cuando tenía solo 12 semanas de vida. Faprani atendió su caso: "Le cayó material pesado encima. Perdió el conocimiento, se creyó muerta, pero volvió y actualmente se encuentra esterilizada y lista para ser adoptada". Candy mira fijamente a la cámara en las fotos que difunde Faprani. Solo una cicatriz en su oreja derecha recuerda lo que pudo haber sido un aplastamiento mortal.
Aunque no está cuantificado, puede inferirse que la mayoría de los perros de obra no reciben atención veterinaria (algunos, ni atención en absoluto). La falta de baños regulares les provoca la aparición de pulgas y garrapatas. Para estimular su agresividad, las personas a cargo eventualmente aplican métodos como mantenerlos amarrados y expuestos al sol por largas horas y limitar el consumo de agua y alimentos. Son todos casos denunciables.
Carolina Gil-Castaldo recuerda que la Ley para la Protección de la Fauna Doméstica Libre y en Cautiverio clasifica como infracciones graves y como actos de crueldad todas aquellas acciones que "descuiden la morada y las condiciones de movilidad, higiene y albergue que atenten las condiciones del óptimo animal". Las denuncias deben elevarse ante la Policía Municipal o la oficina de la Alcaldía correspondiente, preferiblemente soportadas con fotografías y testigos de los abusos.
La discriminación por especie “sigue intacta”
La convivencia de machos y hembras no esterilizados propicia la reproducción de los canes en los espacios de explotación. Al caminar por la calle Arismendi de Lechería, espanta a los peatones una jauría encerrada en el estacionamiento de carga pesada de una cooperativa de instalaciones eléctricas, de acceso restringido, justo al lado de la sede del Servicio Autónomo de Administración Aduanera y Tributaria (Seniat). Se llaman Morrúo, Siete Vidas, Pelúa, Vieja, Tajalí, Recuperao, Burra y Carita.
Jesús Gómez, quien controla el acceso al aparcadero, alimenta con sobras a los siete perros y administra los ocasionales donativos de perrarina. "Llegamos a tener 18 perros. Me llevé algunos a mi casa para cuidarlos allá, pero no los podía tener todos. Ellos viven bien aquí", afirma. Casi todas las hembras fueron esterilizadas. Aún quedan dos en peligro de reproducirse: Pelúa y Carita. Junto al cuaderno en el que apunta los datos de los vehículos que ingresan, Gómez tiene a la mano un espray matagusanos para rociarles a los canes en heridas provocadas, asegura, por peleas entre ellos.
Los cuidadores de estacionamientos encuentran sombra bajo los vehículos durante el día, lo que potencia el riesgo de atropellos accidentales. Ahí también alumbran normalmente. Así, resultan lugares contrapuestos a los más idóneos para la vida canina, descritos por Faprani como espacios donde el perro puede moverse libremente, sin peligros mayores, hacer sus necesidades fisiológicas, recibir luz y estar en contacto con vegetación y personas.
Igualdad Animal, en la voz de su coordinadora, observa que la humanidad ha avanzado significativamente en el cuestionamiento de la discriminación sexual o racial, pero la discriminación en función de la especie (o especismo) sigue prácticamente intacta: "El error fundamental no está en someter a los animales a la soledad, provocarles sufrimiento o ignorar sus deseos. Estas son solo las consecuencias de un error moral básico que consiste en ver a los animales como seres que carecen de valor intrínseco y, por lo tanto, como recursos para nuestro beneficio".