Año escolar horrible: Por Omar González Moreno / @omargonzalez6
Mar de Fondo
“Annus horribilis”, un año terrible. Esta expresión latina captura con dolorosa precisión la realidad de la educación en Venezuela, donde las aulas, antaño llenas de risas, sueños y promesas de un futuro brillante, hoy resuenan con un lamento colectivo que atraviesa la nación.
El año escolar 2024-2025 ha concluido, pero no con el orgullo de logros alcanzados ni la esperanza de mentes jóvenes preparadas para el mañana.
En su lugar, los educadores venezolanos, guardianes del conocimiento, han alzado su voz para denunciar un cierre “desastroso”.
Es un grito de desesperación que resuena en cada rincón del país, pero que parece desvanecerse en la indiferencia de un régimen que, liderado por Nicolás Maduro, ignora el clamor de sus maestros.
La Federación Venezolana de Maestros (FVM), encabezada por la profesora Carmen Teresa Márquez, ha destapado una verdad que hiere profundamente: más de 50 mil docentes activos fueron suspendidos de la nómina del Ministerio de Educación sin justificación alguna.
¿Su delito? Ninguno, salvo perseverar en su vocación frente a adversidades insalvables.
Esta medida arbitraria no solo despoja a los educadores de su sustento, sino que socava el pilar fundamental de cualquier sociedad como es la educación.
Imaginen ser un maestro en Venezuela. Con un salario de miseria, con el cual no puedes cubrir ni las necesidades más básicas.
Mientras luchas por sobrevivir, enfrentas aulas semivacías, marcadas por una deserción escolar que se ha vuelto omnipresente.
Tres millones de niños y jóvenes, un tercio de la población en edad escolar, han abandonado las aulas, empujados por la crisis económica, el hambre y la falta de oportunidades.
Las escuelas públicas, otrora faros de esperanza, operan bajo el “horario mosaico”, una medida desesperada que reduce las clases a dos o tres días semanales para que los docentes puedan buscar otros ingresos.
¿Cómo enseñar el valor del conocimiento cuando el hambre y la precariedad son los verdaderos maestros?
La infraestructura escolar refleja esta desolación, con techos que se derrumban, pupitres rotos y una carencia absoluta de recursos.
Gricelda Sánchez, otra voz valiente de la FVM, denunció que cerca del 30% de los estudiantes pasan de grado sin competencias básicas, en un sistema que “no forma, solo aprueba para maquillar estadísticas”.
Esta práctica traiciona a los alumnos y compromete el futuro de un país que necesita mentes preparadas para reconstruirse.
Los docentes, desmotivados y agotados, ven su vocación apagarse bajo el peso de la indiferencia estatal.
Los más afectados son los alumnos, afirmó Márquez, y sus palabras son un puñal para quienes aún creen en el poder transformador de la educación.
Sin embargo, en medio de este panorama desolador, brilla con fuerza indomable el espíritu de los educadores venezolanos.
A pesar de salarios de miseria, suspensiones injustas y la falta de apoyo, ellos persisten.
Son los héroes anónimos que, con el corazón roto pero la voluntad intacta, siguen entrando a las aulas, aunque sea solo unos días a la semana.
Su lucha no es solo por un salario digno o mejores condiciones laborales; es por el derecho de cada niño venezolano a soñar, aprender y ser libre a través del conocimiento.
La crisis educativa en Venezuela no es una mera estadística; es una tragedia humana.
Es el rostro de un niño que no puede ir a la escuela porque su familia no tiene para comer.
Es la mirada de un maestro que debe elegir entre enseñar o sobrevivir.
Es el eco de un país que, sin educación, se desvanece lentamente.
La FVM lo ha dicho claramente: “Con docentes bien remunerados, la motivación será el impulso para garantizar una educación de calidad”.
Pero este clamor cae en oídos sordos, mientras el Ministerio de Educación guarda un silencio cómplice.
Hoy, Venezuela llora por sus escuelas, sus maestros y sus niños. Pero este llanto no debe ser en vano.
Es un llamado urgente a la acción, la solidaridad y la resistencia.
Es un recordatorio de que la educación es el alma de una nación y, sin ella, no hay futuro.
A los educadores venezolanos, gracias por no rendirse, por ser la luz en medio de la oscuridad. Y a quienes tienen el poder de cambiar esta realidad, escuchen: el futuro de Venezuela está en sus manos, pero solo florecerá si se dignifica la labor de quienes siembran el conocimiento.
Que este horrible cierre del año escolar 2024-2025 no sea el epitafio de la educación venezolana, sino el inicio de una lucha renovada por un país donde los niños puedan aprender, los maestros enseñar y los sueños volar.