Alertas desnudan crisis en Venezuela; Por Omar González Moreno / @omargonzalez6

Mar de Fondo

Los gobiernos de Estados Unidos, Ecuador y otras naciones emitieron una alerta sin precedentes, instando a sus ciudadanos a no viajar a Venezuela bajo ningún motivo y a abandonar el país de inmediato.

Esta advertencia, cargada de urgencia y gravedad, trasciende el mero comunicado diplomático: es una denuncia contundente de la crisis que asfixia a Venezuela, un país donde la libertad es un lujo inalcanzable, la arbitrariedad reemplaza a la justicia y la vida pende de un hilo.

Esta alerta no solo refleja la deteriorada situación política, social y económica, sino que también sugiere que los gobiernos emisores anticipan un conflicto inminente con graves consecuencias para el régimen de Nicolás Maduro y una posible reacción desesperada para aferrarse al poder por la fuerza.

El Departamento de Estado de Estados Unidos, con su alerta de nivel 4 —la más alta en su escala—, describe un panorama desolador: detenciones arbitrarias, torturas, terrorismo, secuestros, prácticas policiales abusivas, crímenes violentos, disturbios civiles y un sistema de salud colapsado.

Según sus propias palabras, Venezuela ostenta el triste récord de ser el país con el mayor número de ciudadanos estadounidenses detenidos injustamente, encarcelados en condiciones inhumanas, sin acceso a familiares, abogados ni un debido proceso.

Ecuador, por su parte, se sumó a esta advertencia con un mensaje igualmente alarmante.

El presidente Daniel Noboa, recientemente reelecto, alertó a sus compatriotas sobre la “falta de garantías para el debido proceso y el derecho a la defensa”, dejando claro que los ecuatorianos en Venezuela están desprotegidos ante un régimen que no respeta la ley ni los derechos humanos.

La ausencia de personal consular ecuatoriano, tras la ruptura de relaciones diplomáticas con Venezuela en 2024 por el asalto a la embajada mexicana en Quito, agrava la vulnerabilidad de quienes permanecen en el país.

Otros gobiernos, como el de Argentina, han emitido advertencias similares en los últimos días, denunciando la obstrucción de asistencia consular y la escalada de detenciones arbitrarias.

Estas alertas no solo buscan proteger a los ciudadanos extranjeros, sino también exponer ante el mundo la magnitud de la crisis venezolana, donde la persecución política, la represión y el terrorismo de Estado son moneda corriente.

Algunos analistas no descartan que estas señales apunten a una inminente ruptura cívico-militar en el país.

Detrás de estas advertencias hay historias humanas que estremecen.

Ciudadanos estadounidenses, argentinos, españoles, búlgaros y de otras nacionalidades han sido atrapados por un sistema que los acusa sin pruebas, los encarcela sin juicio y los somete a torturas que violan los principios más elementales de la humanidad.

Líderes opositores como Juan Pablo Guanipa y Catalina Ramos, cercanos a figuras como María Corina Machado, han sido arrestados recientemente, junto a cientos de ciudadanos, bajo vagas acusaciones de “sabotaje” o “conspiración”.

Estas detenciones no son errores judiciales; son herramientas de un régimen que teme a la verdad y se aferra al poder sin legitimidad.

La crisis en Venezuela no es nueva, pero su gravedad ha alcanzado un punto crítico.

Desde el robo de la elección presidencial de Nicolás Maduro en 2024, la represión se ha intensificado, con más de 2,000 arrestos documentados en el contexto de protestas y elecciones.

La Corte Penal Internacional, que desde 2018 investiga los crímenes de lesa humanidad en el país, pone en evidencia que la justicia internacional observa, pero no actúa, y la justicia interna ha sido secuestrada por la tiranía.

El impacto de estas alertas trasciende las palabras. Para los venezolanos, es una confirmación dolorosa de que su país, antaño un faro de prosperidad en América Latina, se ha convertido en un lugar donde ni los extranjeros están seguros.

Para las familias de los detenidos, es un recordatorio de su impotencia ante un sistema sordo a sus súplicas. Y para el mundo, es una llamada urgente a la acción: no podemos seguir ignorando el sufrimiento de un pueblo que lucha por recuperar su dignidad.

Estas alertas no son simples advertencias de viaje; son un espejo que refleja la tragedia de Venezuela.

Son un llamado a la conciencia global para no olvidar a quienes, dentro y fuera de sus fronteras, son víctimas de un régimen que ha hecho de la opresión su bandera.

Mientras el mundo observa, la pregunta persiste: ¿hasta cuándo permitirá la comunidad nacional e internacional que Venezuela sea sinónimo de miedo y represión?

Hoy, más que nunca, es hora de escuchar este grito silencioso y actuar para que la libertad encuentre, al fin, su hogar en Venezuela.

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