El despertar de la fuerza
A dos días de su estreno, evaluamos la esperada nueva entrega de la saga creada por George Lucas
Crítica. Con información de ABC España
Cada poco se produce un fenómeno similar. La exprimidora de limones en que se ha convertido Hollywood aprieta un poco más las ubres de la vaca a ver si le da más oro metalizado. Así que sacan viejas leyendas a relucir para que los millones de fans enfervorizados hagan colas y más colas para ver de nuevo al totem sagrado. Resulta complicado ser objetivo en un mar de camisetas negras con Star Wars en el pecho, gente que llora de emoción porque solo faltan minutos para que comience la función y su ilusión resulta inagotable, como los niños esperando el amanecer del 6 de enero.
Así que salga lo que salga, para ellos será el cielo, aunque no siempre haya sido así. La segunda entrega de Star Wars, dividida en tres películas infinitamente peores que las tres primeras, no fueron meritorias de tal devoción. Esto nos llevaba a un único sendero: había que atinar mucho el tiro y para eso nada mejor que traerse a uno de los mejores: J. J. Abrams, que no erró con «Misión Imposible 3» ni con «Star Trek». Un tipo fiable este neoyorkino, seguro cual reloj suizo, de los pocos capaces de aunar calidad y amor del público.
Pero Abrams juega con cartas marcadas: mucho dinero, enormes adelantos técnicos y una idea en el vericueto más oculto de su cerebro: poner lo moderno al servicio de lo viejo. Todo en «Star Wars, el despertar de la fuerza» recuerda a la idea original, tanto que hay un número ilimitado de guiños que no se sabe si son homenajes, referencias o simplemente ideas copiadas. Hay mucho láser (muy modernizado), mucha batalla aérea (adelantada en técnica), un Halcón Milenario que parece nuevo aunque sea antiguo, y ese objetivo final en forma de diana por el que hay que volar cual mariposa y picar cual avispa. También verán hijos de unos, padres de otros, algunos que parecen hermanos y no lo saben... Con tanta saga cruzada hay un lío tal de familias que aquello parece Dallas. Dará igual: a los fans les va a entusiasmar (y aunque colgaran a Han Solo por los pies y le golpearan como si fuera un colchón), y a los espectadores de a pie el vértigo creado por Abrams, un maestro del ritmo, les mantendrá continuamente en vilo.
Esta «Star Wars» se te pega a la adrenalina y apenas te deja un calmante en la recámara. Como chico listo, Abrams no solo tira de ideas, sino de nombres, el que más, el de Harrison Ford, que parece haberse tomado un recachurtado de segunda vida para hacer uno de los mejores Han Solo de los últimos años. Está «Indie» en forma, para reaparecer de nuevo entre excavaciones, el tono jocoso, la mueca exacta, el viejo rockero enamorando a las jovenzuelas... De nuevo en ruta. A su lado todos desmerecen un poco (aunque sin duda Oscar Isaac da una vuelta de tuerca a su carismático personaje).
Todos cobran vida incluso desde el baúl de los recuerdos, los robots viejos sacan lustre y los nuevos se ensucian en la batalla. Y como siempre, los buenos son difíciles de eliminar, los malos (los de verdad, no los fantasmitas de blanco) no se mueren ni con mil cuchilladas de láser, y hasta los regulares reviven una y otra vez. En esta vorágine ilimitada de la ilusión, en este circo que se renueva matemáticamente sin que merme la magia, solo había una meta: buscar a Luke Skywalker desesperadamente, como si el último y único jedi fuese capaz de salvar al mundo. El nuevo Mesías. Si fuera tan fácil... En eso, que parece tan sencillo, se te van dos horas y media de proyección en un suspiro.
José Manuel Cuéllar/