WSJ: Una ayuda inteligente para los pobres
En análisis publicado en el portal Wall Street Journal, se hacen consideraciones para contribuir con ayuda inteligente para los más pobres, el trabajo tiene como meta reducir la mal nutrición, alegando que cuando los niños se alimentan mejor, sus cerebros se desarrollan, lo cual contribuye a mejorar los índices de escolaridad, al pasar más tiempo en sus escuelas.
Un parlamentario británico identifica cinco prioridades con las que los países ricos pueden ayudar a los menos favorecidos
En septiembre del próximo año, la Organización de las Naciones Unidas elegirá metas de desarrollo que el mundo debería cumplir para 2030. ¿A qué debería aspirar la ONU en esta campaña global para mejorar la vida de los pobres, y cómo debería escoger sus objetivos?
Ban Ki-moon, secretario general del organismo, y sus asesores, tienen una tarea que usualmente prefieren evitar: establecer prioridades. No es bueno decir que queremos paz y prosperidad para cada rincón de la Tierra. Tampoco es bueno hacer una lista de cientos de metas. El dinero para la ayuda internacional, aunque generoso, es limitado. ¿Qué es lo que realmente importa, y qué sería agradable conseguir pero es menos relevante?
El origen de esta búsqueda de prioridades globales data de 2000, cuando Kofi Annan, el predecesor de Ban, seleccionó "Los Objetivos de Desarrollo del Milenio", ocho metas adoptadas por líderes mundiales a ser cumplidas para 2015. Aunque algunos de estos objetivos eran vagos, la brevedad de la lista y el mismo plazo consiguieron capturar la imaginación del mundo y obligar al sector de ayuda a ser más selectivo.
La mayoría de los Objetivos de Desarrollo del Milenio deberían alcanzarse o estar próximos a conseguirse para 2015. Desde 2000, por ejemplo, el número de personas que viven en extrema pobreza y hambruna alrededor del mundo se habría reducido a la mitad, un avance extraordinario. Otras metas incluían lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad de género y autonomía de la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, paludismo y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y, más vagamente, fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
La lección de esta primera ronda de fijación de metas de desarrollo, claro, es la necesidad de ser aún mucho más selectivo para la próxima. Una lista de ocho metas es muy larga para recordar para el ciudadano común. Cuando les pregunté a varios de mis colegas en el Parlamento Británico, recordaban solo tres o cinco. Varios expertos en desarrollo con los que conversé dijeron que la nueva lista debería tener solo cinco metas discretas, cuantitativas y factibles.
Solo Ban puede lograr eso, dice Charles Kenny, un académico invitado del Centro para el Desarrollo Global, en Washington, que señala que "nunca debe pedírsele a un comité que escriba poesía". Kenny me dijo: "Hay una persona que puede escribir la poesía. El secretario general de la ONU debe luego reducirla no con un bisturí, sino con una sierra. Sin una intervención decisiva de Ban Ki-moon, las esperanzas de simplificación son extremadamente limitadas".
Hasta el momento, sin embargo, el proceso de decidir las metas de 2030 no tiene mucha poesía. No hay uno, sino varios comités, y el más prominente es el llamado Grupo de Trabajo Abierto, que ya se ha reunido esporádicamente durante más de dos años. El equipo, y varios otros grupos de la ONU que trabajan en sus propias propuestas, han logrado hasta ahora reducir su lista de posibles objetivos a 169. Es una lista absurdamente extensa, y cada vez que se publican los resultados de sus deliberaciones, todos los grupos de presión las revisan para asegurarse de que su meta favorita sigue estando allí y hace alboroto si no.
Lo que Ban necesita es una manera objetiva de reducir la lista. Yo le recomendaría un aliado poco probable: Bjørn Lomborg, un politólogo danés vegetariano y amante de las camisetas que saltó a la fama en 2001 con su libro El ecologista escéptico, que enfureció a aquellos que apoyan la protección del medio ambiente a toda costa.
Lomborg es el fundador del Centro para el Consenso de Copenhague, un centro de estudios. El politólogo ha inventado un método útil para decidir con la cabeza, y no con el corazón, cómo gastar fondos limitados. Cada cuatro años desde 2004, ha reunido a un grupo de economistas líderes para evaluar la mejor manera de gastar el dinero en desarrollo global. En 2012, el encuentro más reciente, el grupo, que incluía a cuatro premios Nobel, debatió 40 propuestas sobre cómo gastar mejor la ayuda.
La meta era simple: crear un análisis de costo-beneficio de cada política y clasificarla por su efectividad potencial. Por cada dólar gastado, ¿qué le dejaría al mundo?
El Centro para el Consenso de Copenhague se ha ganado el reconocimiento mundial por sus métodos escrupulosamente justos y sus sorprendentes conclusiones. Su informe de 2012, publicado en formato de libro como How to Spend $75 Billion to Make the World a Better Place (Cómo gastar US$75.000 millones para hacer del mundo un lugar mejor) llegó a la conclusión de que las cinco principales prioridades deberían ser suplementos nutricionales para combatir la malnutrición, expandir las vacunas infantiles y redoblar los esfuerzos contra la malaria, las lombrices intestinales y la tuberculosis.
El grupo no sostiene que estos son los mayores problemas del mundo, sino que son los problemas en los que cada dólar de ayuda rinde más. Reestablecer la salud de un niño enfermo y contribuir a la economía del mundo le conviene a ese niño, y al mundo.
Las cifras producidas por este ejercicio son sorprendentes. Cada dólar que se invierte para aliviar la malnutrición puede generar un beneficio de US$59; US$35 en el caso de la malaria y US$11 por el VIH. En cuanto a las metas de moda como programas para limitar el calentamiento global a menos de dos grados centígrados: arroja solo dos centavos de beneficio por cada dólar gastado.
Esto no se trata de un cálculo frío de dólares. La fórmula utilizada por el Centro para el Consenso de Copenhague también incluye beneficios como muertes y enfermedades evitadas y beneficios ambientales potenciales, incluyendo el aplazamiento del cambio climático.
Los expertos de Copenhague usan tiras de papel en las que escriben varias prioridades junto con sus relaciones de costo-beneficio, y pueden cambiarlas de orden a medida que debaten la evidencia académica. Al establecer prioridades, también toman en cuenta la viabilidad de reducir las intervenciones y el riesgo de corrupción.
Por supuesto, cuando la ONU contempla sus opciones para los próximos objetivos de desarrollo, no solo toma en cuenta el costo-beneficio. En Sudáfrica, por ejemplo, el VIH es un problema mucho mayor que la malaria, así que cada región tiene sus propias preocupaciones. Pero clasificar las intervenciones ayuda a que la mente se concentre.
Por sorprendente que parezca, la industria de la ayuda global raramente ha hecho un análisis de costo-beneficio. Las personas en este campo usualmente desechan la práctica como un ejercicio descorazonado que discrimina contra metas globales que siguen siendo valiosas. Este sector opera desde la perspectiva de que los fondos son ilimitados y que invertir en una prioridad no le resta a otra. Pero eso no es cierto. Los problemas son mucho más grandes que el presupuesto disponible y seguirá siendo así incluso si los países ricos del mundo alcanzan su meta a 35 años de invertir 0,7% de su Producto Interno Bruto en ayuda para el desarrollo.
En diciembre, Lomborg llegó a Nueva York para dirigirse directamente a los embajadores del Grupo Abierto de Trabajo de la ONU. Les entregó sus tiras de papel y les pidió que las colocaran en orden de preferencia. Fue un ejercicio impactante en un lugar donde la gente está acostumbrada a decir con toda la diplomacia del mundo: "Todo es importante".
Luego, durante ocho días en junio, Lomborg consiguió que un grupo de 60 economistas destacados trabajara en todos los objetivos de desarrollo putativos del Grupo de Trabajo Abierto para 2030 (había más de 200), y que hiciera una evaluación rápida de cuáles eran los más rentables. El resultado, disponible en Internet, es un documento que asigna un color a cada objetivo: verde (valor fenomenal sobre el dinero), verde claro (bueno), amarillo (regular), gris (indeterminado) y rojo (mínimo).
Al concluir, el grupo tenía 27 "fenomenales" y 23 "mínimos", y el resto de otros colores. Algunos defensores de la ayuda internacional no recibieron bien la clasificación.
¿Cuál sería mi propia lista de las cinco metas para 2030 considerando el trabajo del Centro de Consenso de Copenhague?
Reducir la malnutrición, combatir la malaria y la tuberculosis, impulsar la educación preescolar, ofrecer acceso universal a salud sexual y reproductiva, y expandir el libre comercio.
Sobre el último punto, parecería alejado de los temas humanitarios, pero el libre comercio usualmente ofrece mejoras fenomenales al bienestar de los pobres en una manera sorprendentemente rápida, como lo ha demostrado el ejemplo de China en los años recientes. Una exitosa Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio podría producir beneficios anuales de US$3 billones (millones de millones) para el mundo en desarrollo para 2020, y crecer a US$100 billones para fines de siglo.
Según el análisis de Copenhague, los objetivos de menos valor incluyen los contradictorios, como una mayor productividad agrícola sin impacto ambiental o los que son demasiado estrechos, como el "turismo sostenible", que no merecen estar entre prioridades urgentes.
Determinar la mejor manera de ayudar a los pobres no es como solucionar un problema matemático. No hay respuestas buenas ni malas. Pero hay respuestas mejores y peores, y la única manera de establecer esas prioridades es dejar de lado los compromisos sentimentales y hacer el trabajo pesado de evaluar costos y beneficios.
—Ridley es autor de 'El optimista racional: ¿tiene límites la capacidad de progreso de la raza humana?', y miembro de la Cámara de los Lores de Gran Bretaña.
Artículo original de Wall Street Journal